ARAMUNT PODCAST: ADOLESCENCIA Y FIN DE CURSO

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DICEN que son tus HIJOS, pero a ratos LO DUDAS...






TRANSCRIPCIÓN

¡Ei, sukis! Hoy os vengo a hacer una reflexión sobre la adolescencia y el fin de curso, esa combinación que es tan explosiva como cuando a Paquirrin se le ocurrió unir su voz al reggaeton. ¡Porque, madre mía qué época más loca!

Dicen que los adolescentes son una especie aparte desde que entramos en el nuevo siglo. Los 2000 hicieron mucho daño…

Como sabéis yo tengo uno de esa especie. Este año cumple 15 y podría decir con total seguridad que la adolescencia es como cuando el WiFi se te corta a mitad de una peli de Netflix: tú no sabes qué pasa, él tampoco, y todos nos quedamos con cara de idiotas. ¡Es una fase de la vida donde cualquier cosa puede pasar! 

Mi hijo vive en una montaña rusa emocional infinita y quien la conduce es un mono loco. 

Si es cierto que él dentro de lo que es el torbellino de la adolescencia lo lleva bien. Pero lleva bien su gestión del tiempo y eso hace que no sufra de ansiedad.

Porque cuando un adolescente no gestiona bien su día, desde que se levanta hasta que decide irse a la cama, puede ser una verdadera tortura, para él y para los padres ¡Cariño! ¡Da más giros que una novela de Agatha Christie!

Y para colmo de males llega junio, un batido de más luz, por lo tanto más horas para estar en la calle por las tardes, el calor, revolución hormonal a tope y el fin de curso. Todo esto es como si a los adolescentes les hubieran dado una sobredosis de azúcar y Red Bull. ¡Están más acelerados que el coyote persiguiendo al correcaminos! Porque claro, cuándo yo le digo: “Venga peque, que hay que apretar el culete una semana más y estudiar para los exámenes” él oye: “Venga peque, ¡una semana más para pasarlo bomba en clase y pasar de los exámenes! 

¡Es alucinante! Es como si las palabras "estudiar" y "responsabilidad" tuvieran una orden de alejamiento. Si que es cierto, por si me lee alguna madre que conozca a mi hijo, que él es muy bueno, pero también pongo a Dios por testigo que yo soy persistente como los tardígrados.

Desde que tiene 3 años tiene unas rutinas muy específicas y sencillas que le ayudan a no perder el rumbo de su vida. Es muy difícil que se ponga nervioso, y si lo hace tiene las herramientas para volver a su estado de calma y paz. Ahora bien, tiene una revolución hormonal como todos los niños de su edad y por lo tanto hay días que no se soporta ni a él mismo.

Fíjate si está empanado, que él que saca buenas notas cuando le preguntas es de traca. Cuando le preguntas: “¿Qué tal las notas?” y me contesta con una cara de misterio, como si hubiera visto al Yeti tomando un café con Batman. “No lo sé, mamá”, dice. ¿Pero cómo te han ido los exámenes? y te responde encogiéndose de hombros “Baa”. Y respiras profundamente y piensas: ¿Qué diantres es Baa?”. “Miki” porque ahora su moda es llamarme por mi apodo “no te preocupes, tienes un hijo que roza la perfección”. Entonces le sale el pavo que tenía escondido en su cuerpo desde que tiene 10 años. Y no te queda otra que reírte. Y dejarte “como dicen ahora todos los expertos” fluir.

Cuando enseñamos a nuestros hijos el poder que tienen las rutinas y los hábitos para su bienestar emocional y ellos lo cogen como algo inherente a su persona, porque en el caso de mi hijo, ya os digo que lo practica desde que tiene 3 años ( gradualmente le hemos hecho tener más y que él escoja también lo que le gusta y lo que no), lo hace sin darse cuenta.

¡Ojo! Yo no soy ejemplo de nada, pero en casa funciona y si eso os sirve de ayuda, pues mejor para todos. Compartir es otra forma de amor.

Os pongo un ejemplo: El se levanta desde que tiene 3 años 1 hora y media antes de su hora de entrada a clase. Eso le da tiempo para arreglarse, desayunar de forma tranquila y sin prisas, sin mirar el reloj. Si se queda dormido, siempre le da tiempo de ir a clase. Porque para él quedarse dormido a lo mejor es despertarse 15 minutos tarde. Pues bien, esto hace que su día empiece bien. Y su cuerpo vive en modo slow, sin estrés.

No es lo mismo que el niño que se levanta 10 o 30 minutos antes de ir a clase, que no desayuna o si lo hace es en plan rápido, que ya empieza su día con estrés. 

Volviendo al tema, la adolescencia es una época en la que las hormonas están más revolucionadas que los pingüinos en el Caribe. ¡Unas hormonas que, además, se multiplican por 20! Porque claro, ves a mi hijo y a los de su edad y tiene más pelos en las piernas que Chewbacca, pero solo en las piernas, ¿eh? ¡En la cara sigue teniendo el mismo bigotillo que a los 10! ¡Mi bebé!

Luego, con las hormonas, los chavales están más elocuentes. Tú le dices: “Hijo, que hay que concentrarse” y él responde: “¿Con qué, mamá? ¿Con las chicas o con los estudios?” Y entonces no sé a las demás madres, a mi me da risa. “En lo que tu prefieras cariño, en lo que tu prefieras. ¿Qué le dices? Es el tiempo de eso, de estar más perdido que un burro en un garaje! Tú los ves en clase, mirándose unos a otros como si fueran actores de una telenovela de Antena 3, pero sin trama ni guion. ¡Unos dramones que no hay quien entienda!

Y claro, llega la primavera y las hormonas, que ya estaban bailando el reguetón de Paquirrín, y se ponen a bailar flamenco, sevillanas y lo que les echen. ¡A ver quién es el guapo que los aguanta! Que tú les dices: “Venga, vamos a estudiar matemáticas” y ellos: “Mamá, ¿tú sabías que el amor es como la raíz cuadrada? Cuanto más lo descompones, menos entiendes”. ¡Pero chaval, si tú lo único que descompones es la tabla del 5!

Y es que lo de los amores de verano es otro tema. ¡Madre mía, eso sí que es un culebrón! Porque a esa edad el amor es más exagerado que los dramas de los domingos por la tarde. Se enamoran y ya están como si fueran Romeo y Julieta, pero en versión Fast & Furious. ¡Una intensidad, que si te lo cuenta te da risa! Pero claro, para ellos es el fin del mundo: “Mamá, es que la amo y me ha dejado de seguir en Instagram”. ¡Ay, qué drama!

Y luego, claro, cuando les dejas salir, es como soltar a una manada de búfalos en la sabana. Van por ahí, corriendo de aquí para allá, y tú dices: “Bueno, que se desahoguen, ¡que dejen fluir las hormonas!” ¡Pero es que dejar fluir a un adolescente es como dejar a Hulk en una tienda de porcelana! Cuando vuelven, tú te encuentras la casa como si hubiera pasado un tornado, ¡pero no uno cualquiera, uno de esos que viene de fiesta y lo revienta todo!

Así que, amigas, paciencia y humor con los adolescentes. Porque al final, el fin de curso es como la tormenta antes de la calma... o eso quiero pensar. ¡Que después de tanto alboroto, al menos le quede un par de neuronas para la vuelta al cole!

¡Feliz verano y que sobrevivan a las hormonas!




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