¿Os pasa?

31 de diciembre. 🎉 Estamos en la cocina, donde parece que llevamos 3 días viviendo. 

Alguien tiene que ayudar a mi madre. Mis manos huelen a ajo, mis pies piden un cambio de dueño, y mi cabeza… bueno... a parte de estar recuperándose, está calculando cómo sentar a 36 personas en un comedor pensado para 10.

Y llegan ellas. Sí, las guapas con sus vestidos de lentejuelas, como si fueran a los Goya en vez de a mi humilde cena. Eso sí, de ayudar, ¡ni hablar! "Ay, nena, tú lo haces tan bien, que no queremos estorbar", dicen mientras me dejan los enormes abrigos en el sofá y la mesa sin montar. 🍴 Eso sí, no hay que desmerecer, que te traen una caja de gambas para compensar que sean 6 personas y a ti la cena te haya costado medio riñón.

La cena es un desfile de platos gourmet que yo, con carrera, y mi madre con su experiencia hemos  preparado tras consultar tres tutoriales de chefs famosos. Y siempre hay alguien que suelta:

"A mí esto no me gusta."

"¿No había algo más sencillito?"

¿Sencillito? ¡Sencillito sería abrir un sobre de jamón y tirar de pan de molde! Pero no, aquí estamos con el soufflé de huevo al horno que parece más una declaración de amor que un plato.

Y luego está el tema de ser la camarera no oficial. Te toca la esquina. "Pásame el agua, la sal, ¿hay más pan?" Todo mientras yo, sigo sin poder quitarme el delantal para no manchar mi vestido que compré para verme "fabulosa", solo me falta la cofia ¿Os acordáis de esas camareras del Rich?. A veces pienso: "¿Y mi paga especial por trabajar en festivo?" Ah, no, que no soy camarera, soy ama de casa.

Pero, a pesar de todo, cuando llega el brindis (y yo aún no me he sentado como Dios manda a comer) y veo sus caras, en especial la de mi madre —esas mismas que me hacen rabiar todo el año—, siento algo extraño: felicidad. Porque, aunque me sienta un poco estafada, estar con ellos es la forma más bonita de despedir el año. 

Eso sí, aviso a navegantes, el 2026 me va a pillar pidiendo catering. 😏